viernes, 16 de abril de 2010

Arvydas Sabonis


Me voy. Me voy a cambiar de tren al menos. En estos cuatro años perdí muchas cosas y gané muchas otras. Vi a Héroes tocar, a Undertaker luchar, a Forlán jugar y vi a Chespirito actuar, nunca vi la noche de la nena zombie; ñoño que uno es.
Alisto maletas. Metafóricas. Me ha costado encontrar el otro casete para cambiarlo. ¿Dónde estaba? Debajo de las camisas, entre los libros, las medias de ayer, por ahí.
Empiezo de cero. Literalmente. Quizás de menos 0. Lo mío es un regreso, no una ida; más desgastado que hace unos cuantos años.
Arvydas Sabonis, pívot de la URSS. Si Sabas hubiera llegado a tiempo a la liga gringa, cuando lo llamaron y se lo impidieron el régimen y las circunstancias, los 90 hubieran cambiado radicalmente en la NBA, hubiera sido otra historia. Sabonis con Drexler y Robinson, y sobre todo sin Danny Ainge, hubieran probablemente hecho más difícil todo para Jordan, Pippen, Grant y compañía. Y un solo tropiezo hubiese afectado a todos los demás éxitos de los Chicago Bulls.
Llegó a los 30, en 1995, y le quedaban cartuchos para vérselas con Shaquille y lidiar con su vieja lesión de tendón de Aquiles.
Arvydas, con el perdón de Drazen, Kicanovic y los demás, es quizás el mayor talento europeo de todos los tiempos y definitivamente una gran apología del qué pudo haber pasado.
Es una enorme arrogancia, pero son cosas que vienen a la cabeza en un último día de algo y un primer de día de otra cosa.

lunes, 12 de abril de 2010

Guitarras blancas (como enanitos verdes)



Reciclo y me pongo a buscar qué poner nuevo, sólo para darme cuenta de que traía en carpeta una formidable bitácora de pésimos prospectos down (oh, me suicidio) de los que que, dicho sea de paso, por hoy quiero pasar.
No creo haberme repuesto, no creo ser “al fin un hombre bueno” ni haberme metido bajo el brazo el famoso manual de buenos propósitos. No quisiera ser tan predecible, aburrido e inepto, espero no serlo.
Más que nunca la moneda está en el aire y me la estoy apostando todo o nada y por hoy, al menos, sólo espero que de verdad el viaje sea el fin, no el medio.
La cantata parrandera para cortarse las venas con el chorro de agua por ahora conmigo no pasa de buenas tardes y buenas noches, en la noche veremos.
No me puedo impedir lo amargo, no quiero morir diabético y de colores; pero como ahora puedo comer menos, voy a comer mejor.
En resumen, nada ha terminado ni mejorado, pero esperemos, compatriotas, más tiempos (ni mejores ni peores, sólo tiempos). Me costó un huevo llegar de nuevo a casa y esperemos, costarricenses, que los vientos nos deparen aventuras, lágrimas, carcajadas, fumadas, chivos, cerveza, cerveza gratis, momentos, purrujas picando en la playa, perdidas en el carro camino a cada concierto, libros nuevos, cintas buenas y pésimas (que recién ayer vi una fatal, futuro post), muchachas en bikini, mucho café irlandés, aprender a cocinar, gueviar hablando otra vez de todo lo que ya sabemos hasta que nos dé sueño o hasta que la esposa de alguien llame, y a ver si se me da conocer Manzanillo y ver el unplugged de Alice in Chains con una frazada con orejas.
Al menos de aquí hasta que me toque de nuevo decir lo contrario.

Yo, mientras no esté mi otro Yo